Monday, April 24, 2006

VERDE MUSGO



Sopor. Tedio. Nausea. Ser o no ser. Qué coño.
A veces me dan ganas de salir a pasearme por el mundo y andarme explicando por ahí, exponerme. Los copiones me tienen chato. Pinche Brian de Palma, se puede meter su Tony Montana por el culo. Nunca duermo, es verdad. Pero a veces logro hacer algo similar. Quedarme en el sofá, de frente al ventanal con la luz apagada o unas cuantas velas por ahí, dejando que entre la brisa caliente. Mirando cómo se mueven las hojas de las palmeras empalagosamente. Me dan ganas de apagar el televisor e irme a la mierda.

Mi oficina-dormitorio-sala de ejercicios está desordenadísima. Necesito una mucama. Hoffa trató de ordenar pero lo mandé afuera. No quiero verlo hoy. Le dije que no me moleste en todo el puto día. Necesito una mucama con traje de sirvienta y todo, con látigo. Necesito ser castigado. Necesito frío, prefiero que nadie me hable, que nadie me rinda pleitesía. Creo que voy a bajar y me voy a hacer una puta parada en la esquina, o peor, un travesti. Voy a vender las fellatios en un dólar y voy a prestar el culo por dos. O tal vez también por sólo un dólar. O tal vez todo por el mismo precio. Me voy a parar en la esquina con una minifalda de cuerina roja, medias negras, labios pintados de rojo, pestañas largas y abrigo de piel negra sin nada debajo. Esa puta voy a ser. O mejor voy a bajar y me voy a hacer un adicto al crack. Voy a ir por ahí con el mono comiéndome las entrañas mientras trato de sufrir, de sentir como un hombre alguna vez, algo que me anime, algo por lo menos. Voy a desfilar bajo las aceras iluminadas por postes de luz azul fosforescente, y mi piel bajo los ojos abiertos y ojerosos va a ser pálida, como un condón usado.

Mejor voy a salir así, tal cual. Patas de cabra, piernas peludas y rojas, olor a mierda de animal. Voy a construirme una espada del tamaño de esta puta ciudad y voy a volarlos a todos a sablazos, voy a despedazar los edificios, voy a cortar el tendido eléctrico, voy a hundir el suelo, voy a dejar la cagada, voy a cortarle el cuello a esta puta península de Miami y voy a dejar la isla de escombros flotando a la deriva. Todos peor que muertos. Muertos. Fantasmas.

Sí. Hoy no es mi mejor día. Lo sé. Me acuerdo cuando estuve con Henríquez. Estuvo sentado en una silla y podía ver como le corría por el torrente sanguíneo la coca y el alcohol, como echando carreras esos dos pequeños demonios sueltos dibujando la figura del hombre y encerrando todo lo que había dentro de él. Pero el muy hijo de puta se liberó. De pronto, tal como estaba, cabizbajo sobre esa puta silla de madera café oscura y la luz amarilla de una ampolleta de mala calidad, con los ojos abiertos, ladeado, como si estuviera en shock, como si fuera un autista. Pero empezó a tararear. Yo fumaba un cigarro. No esperaba algo así, pero el muy hijo de puta empezó a tararear esa puta canción y de repente, como si nada se puso de pié y caminó hacia una guitarra que estaba botada en el suelo. Hizo un acorde. El primero. Lenta y pastosamente. Pasó a otro, el muy hijo de puta. Empezó a llorar el maricón. Empezó a llorar y me sentí impotente, pude ver como se rompía la envoltura de mis pequeños demonios y salieron unos pequeños rayos verdes de su piel. Cantó la puta canción. La tristeza es verde. Esa puta canción es verde también. Verde musgo. Odio a ese hijo de puta. Hubiese sabido que me tenía en frente se habría cagado. Me fui de ahí, lo dejé atrás cantando con su puta luz verde. Yo salí. Tuve que salir. Apagué mi cigarro antes, en la mitad.

Esa noche caminé, al igual como quiero hacerlo ahora. Caminé bajo los focos fríos de una calle demasiado silenciosa. Arriba, el hijo de puta dormía. Saqué las uñas. Rasgué el pavimento. Rasqué la pared de un edificio que había a mi derecha. Me hundí en el suelo. Volví a la oficina. En la puta oficina, al igual que hoy, el puto calor de Miami entra por el ventanal abierto, y las cortinas parecen los vestidos de gasa de una puta petrificada cuando se mueven como despidiéndose de no sé qué, de no sé donde. El sofá. La vista. El cielo azul oscuro de la noche que parece anestesiada. Cioran tenía razón. Mientras se creía en el Diablo, todo lo que ocurría era inteligible y claro; desde que no se cree en él es necesario, a propósito de cada acontecimiento, buscar una explicación nueva, tan elaborada como arbitraria, que intriga a todo el mundo pero no satisface a nadie.

¿Saben por qué me odia? ¿Por qué me envidia el hijo de puta? Por que soy el actor que se pasea por el escenario. Él nunca se ha atrevido a preguntarse de donde vino. Yo trato de saber. Vende su cuento de ser un ser absoluto, de saber de donde viene todo, pero no tiene idea. Nunca se voltea para saber que hay detrás de él. Tampoco no tiene necesidad. Todo lo que hace lo hace siguiento patrones fijos, yo no. A mí las cosas me llegan y tengo que tirarlas a algún lugar, si no, me enfermo. Ese es mi trabajo. No siempre perseguimos la Verdad; pero cuando la buscamos con sed, con violencia, detestamos todo lo que es expresión, lo que tiene que ver con palabras y con formas, todas las mentiras nobles, mucho más alejadas de la verdad que las mentiras vulgares.

Quiero taparme sobre el sofá. Quiero una mucama. En este momento ver a una mujer con traje de sirvienta haciendo el orden en mi lugar resultaría ser el show más excitante para mí. Que no me hable. Que me deje leer o tomar un trago y darle unas miradas de vez en cuando. Que me deje fotografiarla si se agacha y anda sin calzones. Que se vaya sin decir nada. Que no me mire. Que me deje sentado sobre mi sofá, como el enfermo que soy. Mirando hacia fuera, los autos pasar. Y no quiero saber quien es quien. Qué nombres, qué actos. Quiero enterrar mi mirada allá atrás, allende la ciudad, en el horizonte negro. Quiero salir de la esfera. Traspasar. Vomito polvo. Es hora de sazonar emociones.

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