Wednesday, April 26, 2006

LA FALLA CIORAN


No corremos hacia la muerte; huimos de la catástrofe del nacimiento. Nos debatimos como sobrevivientes que tratan de olvidarla. El miedo a la muerte no es sino la proyección hacia el futuro de otro miedo que se remonta a nuestro primer momento.
Nos repugna, es verdad, considerar al nacimiento una calamidad: ¿acaso no nos han inculcado que se trata del supremo bien y que lo peor se sitúa al final, y no al principio, de nuestra carrera? Sin embargo, el mal, el verdadero mal, está detrás, y no delante de nosotros. Lo que a Cristo se le escapó, Buda lo ha comprendido: «Si tres cosas no existieran en el mundo, oh discípulos, lo Perfecto no aparecería en el mundo...» Y antes que la vejez y que la muerte, sitúa el nacimiento, fuente de todas las desgracias y de todos los desastres.

20 de junio de 1995.

Cioran agoniza. Estoy en la oficina de Nueva York, verano. El teléfono magenta aparece en medio de la oficina, sonando. Ahí está el aparato, flotando en el aire, del tamaño de un televisor de 14 pulgadas. Me acerco y contesto. Es EL. ¿Estás al tanto?, me dice. Dudo entre mentir o no. Me decido por no hacerlo. Sí, estoy al tanto. Está a punto de morir. Escucho que da un resoplido del otro lado de la línea, un suspiro de abatimiento. ¿Y a donde lo vamos a derivar? Primero pienso en traerlo aquí, a mi oficina. El moribundo ha puesto en duda nuestra existencia y lo ha llamado Perro Celestial a EL y Proxeneta a mí. Tal vez deberíamos llevarlo al spa primero, y después traerlo a trabajar aquí, para que vea lo que se perdió. Así que digo: ¿lo quieres en el spa? Pero EL contesta: no lo quiero aquí, pero me gustaría traerlo a dar una vuelta antes de mandarlo a tu oficina, para que trabaje contigo. Joder. Este hijo de puta me copia hasta los pensamientos. Sabes perfectamente que estaba pensando en eso, le digo. Pero EL no me contesta nada, sólo dice de todos modos me gustaría que tú lo recibieras en el spa, y me lo presentas; después de tres días te lo llevas. Me parece bien el trato, así que le digo Ok, sólo porque va quedar para mí. Me cuenta que está todo preparado, que tienen una corte esperándolo. Supongo que Cioran no sabe lo que le espera.

Ansioso me traslado a su dormitorio en el hospital. Duerme sobre la cama con el ceño caído sobre los ojos cerrados, como rezando sus últimas plegarias, y la imagen me da risa. Una enfermera pasa delante de mí y le ajusta una mariposa que tiene enterrada en el brazo. Ella no me ve. De pronto veo aparecer a la Parca, sale de una pared, materializándose. Me mira. No le gusta que yo esté aquí cuando hace su trabajo. Así que me teletransporto al spa, aparezco en medio de una hilera de personas que sostienen un cartel gigante que dice “BIENVENUE EMILE”. Me salgo del grupo. En cualquier momento debería aparecer, pero no lo hace. Miro el reloj. Han pasado cinco minutos y nunca pasan más de tres en que el difunto llegue. Hago aparecer el teléfono magenta y llamo a Hoffa. Hey Hoffa, ¿Dónde está la Parca y Cioran? Hoffa me dice espere un momento señor, y en menos de cinco segundos vuelve a hablar: la Parca está ahora en Filipinas. Joder. La puta Parca no habla. Hoffa, ¿es que Cioran se ha recuperao? Hoffa me hace esperar otros breves segundos y me dice Jefe, Cioran está muerto, sus signos vitales están apagados y ya están retirando el cuerpo de la habitación del hospital. Mierda. Esto nunca había pasado. La explicación es lógica. La Parca lo conocía, y al verme ahí tiene que haber pensado que debía llevarlo de inmediato al lobby del edificio de Nueva York. Vuelvo a llamar a Hoffa. Hoffa, corre al lobby, la Parca debe haberlo dejado ahí. Hoffa me dice a la orden y me corta el teléfono. Me doy un paseo por entre la gente que lo espera. ¿Qué mierda hace Bonaparte aquí? El teléfono magenta vuelve a aparecer. Es Hoffa. Jefe, estoy en el lobby y no lo veo en ninguna parte. Mierda. Si no está aquí, y no está en el lobby de Nueva York, esta estúpida Parca se debe haber equivocado y de seguro lo tiene en el de Miami. Me voy a Miami. Aparezco en la calle. Por un momento creo que estoy visible, pero un vendedor de salchichas que está junto a mí no puede verme. Yo puedo verlo a él, claramente. Lleva un ángel muerto adentro. Entro al edificio. Espero encontrarme a Emile hablando con la recepcionista sin entender nada. Pero ella está sola. ¿Ha entrado alguien nena?. Ella me dice acaba de entrar un español, se llamaba Rebollo. Le pregunto si está segura, ella me dice que sí con la cabeza mientras mueve la mandíbula mascando su chicle. Me quedo ahí esperando un rato. No llega nadie de importancia. Hago aparecer el teléfono magenta y marco la X, para llamarlo a EL. Le digo: No ha llegado ni aquí ni a Nueva York… ni al spa… ¿o acaso ha llegado tarde? EL me dice. No, aquí no está. Y nos quedamos al teléfono sin decir nada por unos instantes. Lo que no quiere decir EL lo digo yo. Debe haber una falla. EL no contesta, al menos no de inmediato. Escucho que hace un ruido como un ronroneo o algo por el estilo, detesto ese sonido. No sé qué decir. Por fin declara voy a hacer que lo busquen por todas partes. Le digo que yo también. Y en seguida cortamos despidiéndonos como dos buenos compinches, como si nunca hubiese habido algún roce entre nosotros. Llamo a Hoffa. Hoffa, quiero que los movilices a todos; Cioran no está en ninguna parte, y eso no puede ser ¿me oíste? Hoffa asiente y antes de colgar escucho que da un grito como dándole instrucciones a remadores de una galera antigua. Me quedo descolocado. Decido subir a mi oficina a esperar.

Pasan tres horas. No se sabe nada de Cioran. Me asomo por el balcón con la ridícula idea de que lo voy a ver paseando por las calles con un mapa turístico en la mano, pero fuera de los turistas habituales no hay nadie. Al menos nadie que se le parezca a él. Pasan otras tres horas. EL no me ha llamado. Estoy pensando en eso cuando el teléfono magenta vuelve a aparecer. Es EL. ¿Apareció?. Es una pregunta estúpida, pero no me sorprende de su parte. No, no ha aparecido. Silencio. Por fin reconoce debe haber una falla. Mis palabras, otra vez me copia. Pues claro que hay una falla, si no, donde mierda se ha metido este... debe haber salido por esa falla, por algún tajo abierto en el sistema. Nos quedamos hablando trivialidades. No es necesario que me lo diga, pero ambos sabemos que compartimos la esperanza de que aparezca mientras hablamos. Pero pasan unos minutos de conversación y nadie nos interrumpe. Es más, me asomo por la puerta de la oficina y veo que algunos están mirando hacia adentro con cara de extrañeza. Hoffa aparece para interrumpirme. Jefe, hay algo que quiero decirle. Le digo a EL que volveré a llamarlo en unos minutos. Cuelgo el teléfono y lo hago desaparecer. Jefe, logré comunicarme con la Parca… me dijo que no lo vio salir. ¡¡¡¡NO LO VIO SALIR!!!. ¿Entonces donde mierda está?.

Han pasado once años en la tierra. Cioran no ha aparecido nunca en ninguna de mis oficinas ni en el spa. Nunca se ha vuelto a hablar de la FALLA CIORAN. Me acordé de esto porque acabo de recibir una llamada de EL. Me contó que había llegado un astronauta al spa y que le había dicho que en su último vuelo espacial, antes de explotar la nave, flotando en medio del universo, había visto algo que parecía un feto, con bolsa y todo. Una estructura redonda y ámbar que andaba a la deriva y con algo parecido a un niño en estado de gestación adentro. Cuando terminó de decírmelo dije involuntariamente: Cioran. Y EL me dijo: pensé lo mismo, o tal vez algo que habías inventado tú, fueron sus palabras. Le dije que no, que yo no había escrito nada parecido. Sólo dijo mmm y se despidió antes de cortar. Me lo imaginé colgando el teléfono y mirando hacia arriba después. Yo me asomé por el balcón. La brisa cálida me tocó la cara. Miré hacia el cielo. Traté de imaginarme algo parecido a un feto flotando en la noche del universo.

1 Comments:

Blogger kany said...

ya pohhhhhhhhhhh.......yo se que hay más, mucho más

12:11 PM  

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