Friday, June 09, 2006

CABLE

Hay cosas: implementos cósmicos. Ahí están la Luna que es un regulador de estaciones. Es una perilla que se gira, ustedes no sabe eso, pero la luna, la romántica luna no es otra cosa que una perilla que se gira.

Otros artefactos: las estrellas. Las ilusiones estelares que debemos ir inventando construyendo a medida que ustedes pobres hombres se atreven a salir cada vez más lejos de su guarida cósmica.

De un tiempo a esta parte he estado sumido pensando. Me disfracé de cable óptico por casi tres semanas. Es una forma moderna que me inventaron. Poseí el cable que conecta todos los salones de Chat del mundo. Por mi cuerpo pasaron todas las plegarias atendidas y desatendidas, las invitaciones escandalosas, los planes de los amantes, de los asesinos, de los ladrones de la era cibernética, mis escamas se fueron transformando en cualquiera de los dos dígitos el cero o el uno: una sola transmisión me trajo de vuelta a los orígenes. No escuchaba tantas confesiones desde los tiempos de la guerra cuando los sacerdotes escuchaban extasiados y algunos masturbándose las confidencias más honestas jamás pronunciadas por hombres temerosos y seguros de encontrar la muerte en un campo de batalla donde las balas volaron como sus mismas almas asustadas sobre el campo que iba encendiendo luces en los tableros cementerios del mundo: el mundo anochecía y en todas las ciudades se prendían las luces de las casas para espulgar la noche, una nueva vida cobrada, un batallón un edificio iluminado de improviso por una muerte que donde apaga una vela enciende otra. Ustedes deberían ver las coreografías de la muerte. Verla dirigiendo ese baile arabesco al que se suman cada vez más intérpretes hipnotizados de la excitación de sus propias muertes, ese baile que se desarrolla por sobre todos los objetos del mundo, por sobre las camas de los niños, por sobre las calles y desde ellas, almas atravesando el planeta, hombres muriendo en los campos de medio oriente y saliendo inmaterializados por las calles de Santiago de Chile, por la avenida Alameda de noche y con el asfalto negro mojado para acompañar el chac chac chac del ruido de neumáticos aplastando. Así mismo suena el torrente de palabras que me atravesó el tiempo que estuve escondido bajo mis propias escamas, bajo la vaina plástica cobertora de cables coaxiales y de fibra de vidrio por donde circulaban los gemidos ya muertos después de ser emitidos por una mujer impudorosa. Directo hacia mí.

Eso casi me mata. Desde donde estaba no tenía acceso a nadie, estaba absolutamente escondido. De pronto a alguien se le ocurrió cortar el suministro. Dos hombres en la sala de controles del aparataje cibernético mundial debían hacer una reparación del sistema. Para eso debían cortar todo el flujo comunicacional durante cinco minutos, pero interrumpir la comunicación de todas las personas del mundo conectadas a través de un mismo programa computacional requiere una sincronía y un trabajo increíble. Uno de ellos iba dando la orden a medida que descolgaba a los hombres y mujeres que alrededor del mundo estaban sentados frente a un computador. Éstos se quedaban con expresión de sorpresa sin entender que le pasaba al sistema. Los hombres que trabajaban en ello seguían contando. Yo sentía menos alimentación, pero no me percaté. En un momento los desconectaron a todos. El barullo de las conexiones había bajado lo suficiente y pude escuchar a uno de ellos decir ¡ahora!, e inmediatamente después de eso un golpe seco, un corte en el suministro, el retorcerse de mi cuerpo por un delirium tremens instantáneo. Tuve que saltar de ahí. Una vez fuera toqué el cable del que había estado colgado, estaba muerto, y de repente volvió otra vez, el ruido, la vibración, la comidilla cruzando codificada a través de los cables. No volví a entrar. Es más, me alejé de ahí.

Ya en medio de una calle miré a mí alrededor. Ahí estaba otra vez. Gente, por todas partes. Cómo amo a la gente. Gente caminando de un lado a otro. Una mujer con vestido y sombrero rojos. Dos chicas escolares caminando y riendo. Una mujer joven con el cuerpo de una bailarina y el rostro de una Modigliani.

Era cosa de volver a empezar.

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